Críticas de arte

Escritora, comisaria y crítica de arte Lidón Sancho.

Martí Moreno se enmarca como uno de los referentes vitales a la hora de entender la naturaleza de la escultura contemporánea. Su praxis artística bebe de fuentes teóricas basadas en la filosofía, la psicología, el psicoanálisis, la literatura y un abordaje de lo natural ―que refleja con sus formas escultóricas― el interior de todos los organismos que conforman la realidad.

No es casual que la figura humana que esculpe se halle repleta de recovecos, aristas, materiales áridos, vulnerablemente suspendidas en el aire, aprisionadas o contenidas en marcos y vitrinas: es el modo de mostrar los laberintos corporales por los que el alma transita y se deja ver en el cuerpo mediante señales, emociones, heridas, cicatrices y palabras.

Martí Moreno se asoma al abismo de la conciencia humana; analiza a través de sus esculturas la pulsión de amor y de muerte, el deseo, el sexo, la inevitable caída… transmitiendo con sus esculturas una adoración por la vida con sus luces y sus sombras, con sus miedos que, reconocidos en sus trabajos con nuestra mirada limpia, nos transforman. Y de eso trata la escultura contemporánea: del conocimiento profundo del ser humano y sus fragmentos enrevesados.

Lidón Sancho Ribés

Manuel Martí Moreno: la fragilidad del ser.

Convent Espai d’Art de Vila-real, Castelló, septiembre 2012.

La obra de Manuel Martí Moreno, adentrándonos en el apartado filosófico, arranca con el Existencialismo, es decir, en la “vivencia existencial”, que es entendida de diversos modos por los existencialistas: como “fragilidad del ser” o como “marcha anticipada hacia la muerte”.

El tema principal de investigación en su último trabajo versa sobre la existencia, entendida como “un modo de ser particularmente humano”. La existencia es concebida como una actualidad absoluta –no como algo estático–, algo que se crea a sí misma en libertad y que deviene con el paso del tiempo. De ahí que el artista cree una tensión ilimitada y contínua entre la composición y la descomposición de la superficie. Martí Moreno niega a la vez que conforma y descompone las formas a la par que construye y destruye el interior del “volumen”.

La existencia, por lo tanto, es algo que pertenece solo a los seres que pueden vivir en libertad. En consecuencia, el ser humano es pura subjetividad, es decir, se crea libremente a sí mismo, de igual forma como erige sus esculturas.

Percepciones.

Los seres humanos que Martí Moreno muestra “están ahí”, pero ese “estar ahí” y lo que puedan llegar a ser dependerá exclusivamente de su modo de existir, que a su vez dependerá de la percepción de cada uno de los visitantes.

Es importante tener en cuenta en su obra, que el existir no es algo “añadido”, dado que es anterior a su esencia. El filosofo existencialista Jean Paul Sartre apunta al respecto: “Debe, por tanto, existir un ser –que no puede ser el para sí– y que tenga como propiedad el níhilizar (negar) la nada, soportarla en su ser y construirla continuamente de su existencia, un ser por el cual la ‘nada’ venga a las cosas”. Martí Moreno bien podría negar esa “nada” y aguardarla en el espacio que le confiere al volumen de sus esculturas, ya que de esa “nada” se conforma la ligereza de sus mallas de metal.

Debemos tener en cuenta que pese a la subjetividad del ser humano, éste no se encierra en sí mismo, sino que se halla íntimamente vinculado al mundo y, en especial, a los demás, de ahí que las formas del artista se abran o se cerquen en el espacio expositivo. Se forma así una red, una conexión vibrante en la sala gracias a que sus obras co-existen unas con otras. El binomio que comprende la esencia y su inconsistencia se refleja, paradójicamente, en los materiales que utiliza, particularmente en el hierro que representa a la perfección el paso del tiempo –oxidación– y por consiguiente, la fugacidad de la existencia.

Reflexión de la realidad.

El trabajo de Martí Moreno retrata de alguna manera nuestra realidad. Realidad que hoy vivimos fundamentalmente a través de la angustia, es decir, por medio de aquello por lo que el ser humano asimila su inconsistencia. En sus esculturas esa misma angustia se resquebraja dejando salir la esencia, lo que nos permitirá acceder al fondo de nuestra propia realidad.

En palabras del propio artista: “lo realmente significativo para mí, el concepto que guía todo el conjunto de mi obra, es una reflexión plástica y estética acerca de la realidad del hombre contemporáneo, la sensación de fugacidad y fragilidad de nuestra existencia, la conciencia de la muerte y el vacío que provoca en nuestro interior… en definitiva, todas las cuestiones existenciales que han afectado al hombre a lo largo de la historia de la humanidad”.

En definitiva, la obra que Martí Moreno muestra en el Convent Espai d’Art de Vila-real hasta el 28 de octubre se resume en que “lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero jamás se les puede deducir”, como dice Sartre en ‘La Náusea’. Así pues, las esculturas de Martí Moreno más bien nos seducen a nosotros con ese halo existencialista que las rodea, nos atrapan en el mismísimo instante en que nos cuestionamos si se están componiendo o descomponiendo sus formas en el espacio.

La existencia, por lo tanto, es algo que pertenece solo a los seres que pueden vivir en libertad. En consecuencia, el ser humano es pura subjetividad, es decir, se crea libremente a sí mismo, de igual forma como erige sus esculturas.

Irene Gras Cruz

Martí Moreno: La esencia del vacío y la negación de las formas

Carmela Falomir Ventura. Técnico responsable de Museos. Vila-real.

Conozco a Manuel Martí Moreno hace ya unos cuantos años. Cuando comenzó a exponer sus obras escultóricas ya se caracterizaba por conferirles una esencia especial, manifestada a través del tratamiento de descomposición de las superficies. Hoy por hoy, la destrucción del interior de los volúmenes lo plasma no terminando nunca de cerrar los contornos, es decir, con la negación de las formas. De esta manera, al espectador le deja una pista para comprender la esencialidad del vacío que transmiten.

La abstracción sugerida, por medio de unos cuerpos y rostros a punto de desaparecer, le confiere cierto aire mágico a los ojos del espectador. No puede dejar de interactuar con el espectador a través de la grandiosidad que les confiere a sus obras. De este modo, nos hace plantear y cuestionar si la invasión del espacio por ellas adquiere un tono dramático al no estar del todo modeladas. La tensión existente entre el volumen y el espacio interior y exterior es, simplemente, una línea fronteriza que sabe limitar por medio de los contornos pero, también, deshacerla simplemente negando las formas.

Manuel Martí Moreno nos muestra ese mundo personal, etéreo, lleno de arquetipos. Plantea sus obras dotándolas de una materia muy dispersa, recuperada del tiempo y de la funcionalidad para la que fue conferida: tuercas, mallas, maderas viejas, planchas metálicas oxidadas o, incluso, la misma tierra. Todos estos materiales son elementos tangibles que están permanentemente presentes en casi todas sus esculturas y que habían sido utilizadas para otro fin mucho más funcional.

Si analizamos sus esculturas, por muy físicas que nos parezcan, casi instantáneamente despiertan en el espectador una especial sensibilidad: la fluidez de las formas, el ritmo de los contornos de los cuerpos que en su mayoría van desintegrándose y que proporcionan una melodía continua, de calma contenida pero de sorpresa, al mismo tiempo. Podríamos afirmar que sus obras quieren dejar libre el espacio que ocupa el vacío, la esencia que contienen. Nos habla a través de sus esculturas de la fragilidad física, material, pero en cambio se vislumbra que para Martí Moreno el vacío es más fuerte, permanece siempre ahí, entre el espíritu y el cuerpo. Tal vez, por ello están deshaciéndose, quizás están continuamente abriéndose. Cuerpo – materia, sí, pero también, Esencia – Vacío. La envoltura, para un sector de espectadores, es lo matérico, la referencia en la que apoyarse para llegar a la Esencia, mientras que para el escultor es lo primero, es la idea a la que estamos haciendo referencia, el vacío o la negación de las formas. Sin este concepto, la forma deja de ser efectiva o visual para comenzar a generalizarse, a diluirse. Aunque, Martí Moreno, termina sus obras de una forma física -el cuerpo-, las formas no acabadas o la sugerencia de pérdida de la materia se contraponen, como dos caras de la misma moneda, con la esencia –el vacío- simbolizado por lo etéreo, por lo que no está. El vacío llena y abre el contenedor que es el propio cuerpo. Es un juego permanente en su obra. El espectador capta esa Idea y la lleva de lo visual a lo sugerido, alcanzando el concepto. Considero que indirectamente y privilegiadamente nos deja entrar en su mundo de continua creación y, por ello, nos hace partícipes de esa acción divina.

Es interesante el planeamiento que muestra en una de sus obras, donde manifiesta la lucha interna del cuerpo físico atrapado por otras fuerzas externas que ejercen en él una presión, como si de una prensa se tratara y cuyo rostro intenta salir. Esta obra, S/T, obtuvo el Premio Senyera de Escultura en el 2007. Con esta obra, Manuel Martí, comienza su andadura por una simbología que hasta el día de hoy se mantiene explícita, aunque con ciertos matices, ahora es más sutil y expresiva. La poética artística con la que él trabajaba ya estaba ahí, presente.

En las siguientes obras que realiza liberará de forma evidente lo externo que las aplasta y, al mismo tiempo, al interior de ellas mismas. Al desconstruirlas, al abrirlas y liberar el volumen del vacío contenido, el mensaje puede transmitirse rápidamente al espectador: la idea de vacío, es decir, la negación de la forma son lo mismo.

En la colección que presentó bajo el nombre de Lugares de la memoria, en la sala de exposiciones de La Casa de l’Oli de Vila-real en el 2009, y cuyos títulos Apatía, India, Transición, Huellas, entre otras obras, nos trasladan a mundos lejanos donde la degradación de la arquitectura es evidente. Los cimientos sobre las que se apoyan cada una de estas piezas arquitectónicas, están deshaciéndose. El barro o las planchas de metal oxidado nos transportan a un mundo en el que el tiempo y el espacio está perdiéndose. Se producen luchas armónicas internas y externas en las que el peso del equilibrio se decanta hacia la permanencia explícita del vacío. También, mostró en esta exposición parte de la colección Frágiles y cuyas piezas Tánatos, o Recuerdos evidencian la fragilidad física del cuerpo que, al igual que las arquitecturas, van descomponiéndose, perdiendo parte de su entidad corporal en el mundo físico. Una de estas piezas titulada Frágiles ganó el premio Fundación-Bancaja-Segorbe del año 2008. Como controlador de las formas y de las anatomías se permite corregirlas, es decir, borrarlas de su aspecto formal, no es necesario que las veamos al completo. Así, lo podemos observar en la obra titulada La huella de las palabras, la cual es un autorretrato y con la que ganó el Premio Galarsa de Escultura en el año 2009. Lo grandioso de esta pieza es el desprendimiento de la materia, el comenzar a vaciarse y como esa nada empieza a hacerse figura, podría ser la contrapartida. ¿Es tal vez, la degradación de la materia lo que permite hacer visual la esencia del vacío, la Idea por la que éste también tiene volumen y, por tanto, expresión artística?

En la exposición realizada en Castalia Iuris en el año 2010 nos presentó la colección Umbrales, piezas sorprendentes donde pintura, relieve y elementos externos como si de un lienzo matérico se tratara, provocan en el espectador cierta confusión visual. Bajo distintos títulos Destino, Incertidumbre, Reflejo, Almario o Ausencia, nos traslada a su mundo interior. Nuevamente los rostros son los protagonistas. Retratos que luchan por salir de su espacio bidimensional hacia las tridimensionalidades de las formas y de los volúmenes, por medio de unas “máscaras” realizadas con mallas, casi ausentes, por que aparentemente no parecen estar. De nuevo, está el juego de la dualidad, esa contrapartida donde pintura y escultura participan del espacio, del tiempo y del vacío que se crea entre ellas y que parecen estar atrapadas; la bidimensionalidad y tridimendionalidad se manifiesta por medio de un rostro pintado, imaginado sobre una superficie plana y que se lanza hacia fuera, luchando por respirar, por salir, siendo la malla esa piel, ese límite del volumen que con el vacío contenido entre ambos lo recrea, lo llena y le da forma.

En cambio, las obras metálicas realizadas con tuercas parecen simbolizar los poros de la piel, o el microcosmos que componen cada una de las superficies materiales. Así, en el rostro titulado Ausencia con el que ha sido premiado recientemente en el 2011 por el Excmo. Ayuntamiento de Liria Premio Silvestre de Edeta, comienza una nueva andadura con su trabajo, con la misma temática de cabezas, rostros y retratos imaginarios, tal vez, trasladados a una tridimensionalidad rota. Curioso planteamiento, sí, pero basado en su personal evolución estilística y, el cual sabe cómo plasmar los volúmenes, manejarlos y hacerlos propios.

Por todo ello, su propia visión, auspicia una sensibilidad que va más allá de todo planteamiento matérico. Martí Moreno en su incesante y continua investigación, nunca queda conforme. La curiosidad que siente por el mundo de las ideas, es reflejado por la forma innata que tiene para crear y transmitirnos como las formas puras van más allá de la materia-cuerpo para escapar, lentamente, bajo el concepto dual de esencia-vacío. Como ya hemos indicado más arriba, sus obras sugieren y hacer surgir la necesidad de prescindir de toda forma, de todo volumen, de ocupar un espacio y un tiempo, para llegar a vaciarse, a ampliarlos y, es evidente que todos colaboramos, de alguna manera, en llenar con nuestra mirada. Supongo, que tiene un don natural en saber comunicar su mundo, su visión de la naturaleza humana. Rostros, casas, cuerpos, fragilidad, dureza, son un todo, una moneda con distintas caras que no pueden estar las unas sin las otras. En fin, la forma queda supeditada a nuestro mundo táctil y visual, ante todo, pero el vacío con la que la rellena y la rompe es tan evidente que casi nos aterra por su instantaneidad, como una burbuja de jabón que estalla en menos de un segundo. Lo efímero, lo no eterno es lo mismo que la esencia de lo eterno.

Si artísticamente, hacemos un recorrido rápido por el significado de la representación de vacío y la descomposición de la forma, el ejemplo más evidente lo vemos en la ornamentación empleada por el arte islámico. La negación o la destrucción del cuerpo físico, o como ellos denominan “ídolo” es una envoltura y un error. Vacían y excavan la materia, a modo de arabescos, trepanando y abriendo la superficie y el interior de la materia. El vacío es sagrado y para ellos no hay otra manera de representarlo. El arte islámico mantiene un enorme respeto por lo inimitable que hay en el hombre, en los cuerpos. El vacío en el arte islámico tiene una calidad estática, impersonal y anónima.

Más próximo, en tiempo y en concepto estético, a nosotros, los occidentales, nos queda la negación de las formas ya que por medio de ella, se nos permite conocer la esencia del vacío. Esta idea comienza en el siglo XX con cubistas, futuristas, surrealistas y nihilistas, los cuales amplían las posibilidades de la forma donde el espacio crea la tensión, con los llenos y los vacíos. Esa destrucción de las imágenes tiene su meta en el vaciado total como planteaba ya Gargallo, Oteiza o el propio Chillida. Martí Moreno no niega que su referente iconológico para realizar su producción artística está, en parte, influenciada por la obra de Jaume Plensa. Éste trabaja sus piezas bajo un concepto donde lo etéreo y la deconstrucción de los volúmenes son permanentes.

Este concepto, también lo está planteando Martí Moreno en sus piezas pero él les da un impulso para liberarse del propio tema. Algunas de sus obras nos inquietan por el patetismo que reflejan en su descomposición, la materia trasladada a sustancia. Lo visual lo convierte en cualidad sensitiva. Así, con la pintura de los rostros que se asocia a la malla, junto al color blanco, casi ausente, y al intentar incorporar la tridimensionalidad a la pintura provoca más ese vacío contenido que está luchado por salir. Por tanto, volvemos a las dualidades de la escultura frente a la pintura, del vacío frente a lo lleno y del color frente al volumen. Voluntariamente, se va adentrando en la necesidad íntima de depurar las formas, que sorprenden, de buen grado, al espectador por su sencillez pero, sobre todo, por su fuerza expresiva.
Para acabar, quisiera hacer mención a una reflexión de la corriente filosófica moderna de la Escuela de Kioto que, bajo mi punto de vista, define muy bien la expresión artística que está alcanzando la obra de Martí Moreno: “No es que la realidad sea vacía, es que el vacío es realidad”.

Carmela Falomir Ventura

Martí Moreno: “Entre el Eros y el Tánatos”

Instalación realizada ex profeso para las salas blanca y negra del MIAU (Museo Inacabado de Arte Urbano) Fanzara. Comisariada por la escritora, comisaria y crítica de arte Lidón Sancho.

Vivimos en la oscilación entre el amor y la muerte. Y la propuesta escultórica que nos ofrece Manuel Martí Moreno no es sino el diálogo universal e interno entre la luz y sus sombras. Sus piezas albergadas entre dos salas (la blanca y la negra) conforman un mapeo donde analiza los símbolos de la espiritualidad y la pasión, el peso y la levedad, la fe y el temor, la seguridad y la caída.

Suspende corazones blancos creando una sala sin tiempo, pero con materia (aquella que vivimos con cada latido). Nos remite a la fragilidad de la existencia humana, a la finitud de nuestra carne que se alimenta desesperadamente de deseos como único motor espiritual neoliberal.

Mientras, la muerte cuenta nuestros pasos hacia una realidad inevitable e insalvable de la cual gastamos y malgastamos nuestras energías en eludir. Un infinito representado con material hosco que devora el espacio y el tiempo de nuestros actos con su oscilación simétrica.

Manuel Martí Moreno destapa esa fragilidad de la que está compuesto nuestro ego, creyéndose inmortal. Porque es nuestro cuerpo el verdadero ente que sostiene nuestra existencia. Y, así, lo que fue un antiguo consultorio médico despliega su cuántica y se desdobla en un entorno escultórico para recordarnos que la energía perversa de la enfermedad -tal y como la define la Medicina Tradicional China- es la que determinará si seguiremos cumpliendo sueños.

Lidón Sancho

Martí Moreno: la desnudez

Joan Feliu Franch. Universitat Jaume I. Castalia Iuris

Todo aquel que se acerque a la obra de Manuel Martí Moreno apreciará fácilmente la valoración que el artista hace de los materiales como parte fundamental del proceso, una aportación de Constantin Brancusi que habría de revolucionar la escultura del pasado siglo.

También le resultará obvio al espectador que, lejos de ajustarse a los prototipos históricos, el escultor prescinda de todo rigorismo iconográfico en la búsqueda de cierta austeridad formal que resulta potenciada por el uso de determinados materiales como las mallas metálicas o las tuercas, o la claridad monocroma con que reviste los acabados.

Así mismo es justo referenciar el cadencioso y cautivador desarrollo del movimiento, manifestado por una clara preferencia por los ritmos suaves y por formas ligeramente oscilantes con respecto a sus ejes de simetría, como procedimiento básico para romper el riguroso esquema compositivo bilateral de base que impera en la anatomía humana, y aportar esa contenida movilidad a la que Martí Moreno nunca renuncia en sus obras.

Este mismo sentido dinámico es igualmente logrado mediante el empleo de las líneas fluctuantes y suaves ondulaciones de los contornos, así como del uso frecuente de la clásica postura del contraposto, que dota a sus figuras de una notable elegancia.
Dicho esto, y auto-justificada en unas cuantas líneas la amable invitación a redactar unas palabras, me permito una reflexión sobre un aspecto de la obra de Martí Moreno que me parece especialmente interesante. Me refiero a sus característicos rostros y cuerpos desnudos e incompletos. Estas piezas se presentan formalmente muy depuradas, carentes de detalles y rotundas en su expresión. Aún teniendo en cuenta que sus obras verdaderamente abstractas son muy escasas, al menos por lo que yo conozco, el autor gusta de jugar con la idea de contraste entre masa y vacío, un camino de síntesis donde Martí Moreno pasea bordeando lo abstracto entre la sencillez y el mágico equilibrio de líneas y volúmenes.

Hace un tiempo tuve el inmenso placer de presentar una exposición de Manuel Martí Moreno en Castellón. Fue entonces cuando un amigo común, el pintor Amaury Suárez, me descubrió las semblanzas de Martí Moreno con el renombrado escultor israelí Niso Maman. Tan acertado e incisivo como siempre, Amaury reconoció en ambos artistas un dominio técnico suficiente como para permitirles apoderarse de las curvas del cuerpo humano a través de materiales metálicos. Fascinante ese contraste entre la forma y el medio que posibilita alcanzar una nueva visión sobre la desnudez.
Pocas veces un artista presenta la desnudez como lo hace Martí Moreno. Y no hablo sólo de cuerpos, sino también de rostros desnudos, o ¿acaso la faz no es sino un fragmento del propio cuerpo?

Hablo de desnudez, más que de desnudos, y lo hago premeditadamente. Creo que la contemplación de las creaciones de Martí Moreno debe partir de la consideración de la desnudez como algo que va más allá de la simple realidad del cuerpo despojado de vestimentas, algo que está relacionado con las circunstancias mismas de la percepción social y de la ideología del ser. Y con la necesidad de visualizar la realidad del cuerpo como una problemática básica del pensamiento enfocado al análisis de las cuestiones humanas.

Tampoco estoy descubriendo nada. Parte de estos planteamientos fueron desarrollados por el crítico Kenneth Clark hacia 1953 en un ciclo de seis conferencias sobre el desnudo artístico realizadas en la National Gallery of Art de Washington. En algún aspecto me sirven para este breve comentario, sobretodo en cuanto señalan la diferencia entre dos cosas que parecerían ser iguales o, al menos, muy similares. El caso es que de acuerdo con estos conceptos, Clark afirmaba que no es lo mismo estar desnudo que ser un desnudo. La lengua castellana no posee dos palabras distintas para calificar a estos dos estados, al contrario que los ingleses que, pudorosos, aquí han contradicho su tradicional escasez léxica (the naked versus the nude). Sea como sea, con Martí Moreno, Clark ha sido superado en su concepción puramente idealista e idealizada del problema, porque no hay mejor manera de mostrar un desnudo que mostrándose desnudo (y siéntase aludido el autor y también el espectador).Para Clark ser un desnudo equivale a ser visto en estado de desnudez por los otros y, sin embargo, no ser reconocido por uno mismo. Es decir, para que un cuerpo desnudo se convierta en un desnudo es preciso que se le vea como objeto. Y el verlo como objeto estimula el usarlo como objeto. Sin embargo eso no es así en la escultura de Martí Moreno, quizá porque no sean desnudos clásicos lo que reflejan, sino la desnudez que se revela a sí misma. La desnudez no se exhibe, mientras que el desnudo no deja de ser una forma más de vestido.

Desnudémonos como Martí Moreno lo ha hecho en estas obras. ¿O no se siente uno desnudo, desprotegido, cuando acalla nuestra voz la mirada al ver la desnudez de aquellos cuerpos? Se siente uno desnudo cuando el escultor corta el cuerpo modelado como de una dentellada y deja invisible a los ojos, visible a la imaginación, todo aquello que no fue.

Desde un punto de vista más objetivo, lo único que podemos considerar en la imagen de un desnudo es la forma en como esta escultura utiliza ese hecho estructural tan implicado en nuestra percepción del mundo y tan cotidiano a fin de cuentas, la desnudez del cuerpo humano, para recrear su significación en distintas formas. Además, en el caso de Martí Moreno, esas formas bien pueden llegar a sorprendernos, incluso a pesar de la experiencia que nos proporciona la sana costumbre que algunos practicamos de recrear constantemente la desnudez en nuestra imaginación. Todo desnudo de Martí Moreno, de una u otra manera, se manifiesta como un posible golpe directo a nuestra percepción. De alguna forma el cuerpo fragmentado siempre nos interpela y nos habla directamente. De alguna forma no podemos llegar a ser totalmente indiferentes ante la corporeidad metálica que nos presenta.

La tensión que se establece entre el desnudo tradicional y la introducción de una significación social e ideológica en la obra, pone de manifiesto cómo Martí Moreno subvierte para siempre la tradición clásica del desnudo.

La superficie se convierte entonces en punto de encuentro entre el empuje interno de la obra y la mano del artista.

No se si he sido capaz de explicarme. Puedo excusarme en que las letras no pueden dar cuenta de la desnudez porque la desnudez, en el arte, requiere de la mirada. Es por eso que lo que tienen que hacer es mirar las esculturas y sentir su capacidad de sugestión: ellas les dirán mucho más sobre la misma belleza, a simple vista y sin una sola palabra, que lo que yo puedo ser capaz.

Son esculturas como éstas las que hacen posible la contemplación de la desnudez más allá de la desnudez original. Porque la desnudez de la obra de Martí Moreno hace visible la desnudez propia de la vida real.

Joan Feliu Franch

Martí Moreno: La fragilidad de la existencia

Prof. D. Amaury Suárez, Lcdo. En Bellas Artes por la Universidad de la Habana-Cuba.

Pienso que son realmente pocas las ocasiones, para aquellos que de manera continuada o esporádica nos dedicamos al ejercicio de la crítica de arte, opinar con total libertad sobre una obra que verdaderamente admiramos y valoramos tanto en sus resultados técnicos, como en su coherencia temática. Por lo general las opiniones de algunos críticos en la actualidad, están sometidas al peso de los compromisos de las relaciones, de la amistad o del trabajo remunerado. La valoración que se realiza sobre las obras (a veces más sobre sus autores) debe ser siempre ensalzada sólo en lo favorable, si es que no quieres quedarte sin amigos o sin trabajo; algo que de alguna manera atenta contra la calidad, objetividad y franqueza del juicio que se hace sobre una obra en cuestión. Pero luego y para reconfortarnos, existe otro tipo de valoraciones y críticas, donde es realmente muy gratificante emitir un juicio positivo, como por ejemplo, cuando hablas o escribes sobre el trabajo que realiza una persona de gran altura humana, sensibilidad y rigor profesional, como es el caso de mi buen amigo Manuel Martí Moreno (Valencia, 1979) un creador que no deja de impresionarme cada vez que tengo la oportunidad de contemplar algunas de sus últimas obras.

Conozco a Manuel Martí desde hace algún tiempo y siempre me ha fascinado no solo por su buen oficio en la ejecución y factura técnica que he visto en sus esculturas, sino además por la argumentación y coherencia intelectual que respalda conceptualmente al discurso de su obra. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia, en la especialidad de escultura, Martí se interesa además por la investigación, actividad esta a la que le avalan sus dos cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, otorgándole esta última la condición de colaborador honorífico en el departamento de Escultura.

A pesar de que algunas de sus obras aún nos pudiera recordar cercanos antecedentes iconográficos de notoria relevancia, como es el caso de la obra del catalán Jaume Plensa (Barcelona – 1955) y de la que este joven creador siempre ha reconocido su influencia con humildad, coherencia y orgullo, algo que sin duda le honra, y que por otra parte responde a un proceso lógico que deviene de la investigación y la búsqueda de una identidad propia del resultado artístico; su obra se va haciendo camino cada vez más, con una marcada singularidad y belleza, cristalizando en un lenguaje de alta calidad y distinción.

Su marcado interés por los materiales y el carácter expresivo que de ellos se deduce, es algo que ha llevado a este joven creador a trabajar con diversas texturas y superficies, las cuales van arrojando amplios y variados conceptos, pero sin abandonar nunca aquel que forma parte indispensable del cuerpo argumental de su obra, que como el propio autor nos recuerda, es el siguiente… “Para mi, el concepto que guía todo el conjunto de mi obra, es una reflexión plástica y estética acerca de la realidad del hombre contemporáneo, la sensación de fugacidad y fragilidad de nuestra existencia, la conciencia de la muerte y el vacío que provoca en nuestro interior… en definitiva, todas las cuestiones existenciales que han afectado al hombre a lo largo de la historia de la humanidad”

Y acompañando al concepto o idea, Manuel Martí nos la ofrece en su aspecto formal, con un resultado de gran atractivo estético, donde los aspectos técnicos que intervienen en la realización de su obra, han sido meticulosamente cuidados, tanto los que responden al carácter descriptivo, relacionados principalmente con el dibujo de las formas, (en su caso la figura humana) como de aquellos que intervienen en el profundo conocimiento de las características estructurales y físicas de los materiales que utiliza para realizarlas. Combinando principalmente dos tipos o géneros de la escultura, por un lado, el alto relieve, utilizando en el modelado una fina malla de metal, la cual aporta a la pieza no solo una inquietante transparencia (poco usual en este género) sino además una expresiva y a veces enigmática apariencia en los rostros que recrea.

Y por otra parte, la escultura de bulto, con un sentido muy atractivo y sugerente del volumen, donde el autor conjuga en una hermosa y orgánica relación de la tridimensionalidad, tanto al volumen físico, como aquel que justificado en el espacio virtual (hueco) nos indica la correcta terminación de la pieza, arrojando un resultado que a pesar de la supuesta pesadez que pudiera sugerir las proporciones utilizadas en las figuras representadas, así como el soporte o material que este escultor utiliza para su confección (generalmente el hierro) el resultado de la obra se alza ante nuestros ojos con gran ligereza visual, fragilidad y belleza, gracias al sentido “inconcluso” de su acabado.

Y como ocurre casi siempre en la polisémica visual de los discursos que subyace de la obra de arte, siempre he querido “leer” de las esculturas de Manuel Martí Moreno, a pesar de conocer muy bien las intenciones de su propuesta, la imprescindible y necesaria capacidad de superación que debe tener siempre el individuo como unidad transformadora y transformable, o dicho de otra forma, la necesidad que tiene el ser humano de ir construyéndose a sí mismo poco a poco durante toda su vida pero en estrecha relación con los demás. Algo que de alguna manera avala la tesis del pensamiento Orteguiano, recogida en su famosa frase de… “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Quizás por ello estas esculturas de apariencia “inconclusa” son reparadas y terminadas en nuestra mente cuando las observamos, ilustrando así ese recurrente y necesario lazo de comunicación que debe existir siempre entre la obra y el público. Y siguiendo en el terreno de lo filosófico en su lectura, también me gusta asociar sus esculturas, con la relación de las partes con el todo y viceversa; ese que nos habla del conocimiento concreto de la realidad, el cual consiste no en la sistemática adición de unos hechos a otros, sino en un proceso de concretización, que procede del todo a las partes y de las partes al todo. Pero sea cual sea el discurso que encontremos en su obra, lo cierto es que siempre me resulta muy grato y estimulante disfrutar de sus creaciones, pues no solo encontramos rigor, constancia y trabajo, sino además mucho sentimiento y belleza, ingredientes fundamentales para convertir a la dedicación en el anhelado y en este caso meritorio éxito de la obra y su autor.

Es por ello que estoy convencido que si bien ahora estoy presentando a un joven y talentoso escultor, no se hará tarde el momento en que mis palabras ya tengan que valorar la obra de un consumado maestro en el arte del volumen, pues como bien se expresa en la frase “Por sus frutos conocemos al árbol” (“A fructibus cognoscitur arbor”) en el caso del valenciano Manuel Martí Moreno, sus frutos serán como las suculentas naranjas de su distinguida y amada tierra, muy dulces y de la mejor calidad, pues en este caso la simiente ha sido abonada, con la humildad, sensibilidad y rigor, que hace grandes a los buenos creadores.

Enhorabuena Manuel y gracias por compartir tu obra con los demás, sin duda todos la disfrutamos mucho.

 
Amaury Suárez